Hace unas semanas fui a conocer a la hija recién nacida de un amigo. Al llegar al portal una chica justo entraba al inmueble, y me aguantó gentilmente la puerta. Morena de pelo corto y el flequillo largo tapándole media cara, cuello delgado y esbelto, esgrimía una sonrisa amable con hoyuelos sensuales, no pude ver el color de sus ojos, me entretuve demasiado en sus mejillas. Sin ascensor, empezamos a subir las escaleras, la atractiva desconocida me invitó a pasar primero pero decliné la oferta, considerando oportuno subir detrás de ella para verla mejor en vez de mirar escalones. Le dije que no tenía prisa aunque llegaba veinte minutos tarde. Ella iba subiendo pisos, nunca subí esas escaleras tan motivado, incluso deseé por un instante que nuestro destino fuera el ático. Intenté disimular un poco y no mirar ese culo perfecto que parecía esculpido por la mano de Bernini, pero no conseguí ni lo uno ni lo otro, tampoco puse mucho empeño si soy sincero. El tejano negro que llevaba le sentaba como un guante, un guante que me tenía hipnotizado. Lo pienso ahora y tampoco sé si era un tejano, pero que nunca luciría tan bien en otro lugar sí lo sé. 

Al llegar al piso jadeábamos un poco, menos de lo que a mí me hubiera gustado. La chica iba a la misma puerta que yo, teníamos al parecer amigos en común. Ya dentro, al llegar a la vez hicimos como que veníamos juntos y éramos pareja, incluso fingimos una discusión porque ella quería tener un hijo y yo no. 

Al marchar estiramos la despedida lo que pudimos, con frases absurdas y sin sustancia, yo no quería irme, ella pese a llevar prisa no se iba del todo. Quedamos en volver a vernos de nuevo para que me ayudara a comprar un regalo adecuado para el bebé de nuestros amigos, yo ya tenía uno en casa que olvidé coger por las prisas…pero tampoco era tan bonito. O sí. Al despedirme, mientras le daba dos torpes besos, ya la echaba de menos. Conforme nos alejábamos, me volví a mirar su trasero una vez más, ella también se giró y vio cómo mi cara pasaba de lascivia a vergüenza.

Quedamos para ir a un centro comercial, pensé en ir a un sitio público para atemperar mis ímpetus más primitivos. Reímos. Bueno, rió, yo no paré de camuflar mis deseos más instintivos detrás de ironías y payasadas. Se puso a llover de golpe y propuso volver a casa. Me preguntó si quería subir a secarme un poco y charlar bajo techo, me hice el duro durante una eternidad de 2,8 segundos pero subí, detrás de ella, claro; desgraciadamente vivía en un primero. 

Quiso cambiarse mientras yo me hacía un cortado en su pequeña cocina. Cuando volvió se estaba secando el pelo con una toalla, gracias a lo cual pude ver cómo la camiseta subía y bajaba, enseñando su cintura de mármol, un vientre plano perfecto, y un pequeño tatuaje de una frase que asomaba en su cadera derecha, pidiendo a gritos ser leída de cerca, de muy cerca. Bajé la vista disimulando y vi que iba descalza, noté instantáneamente cómo algo despertaba en mí, algo debió notar ella porque sus ojos brillaron, insinuantes, invitándome a que la siguiera. La seguí flotando por el parqué y entré en una habitación, ella apagó la luz principal y encendió una pequeña lámpara que proyectaba una luz de color rojo oscuro. Por un momento creí que íbamos a revelar fotos, se lo dije y soltó una carcajada justo antes de tumbarse en la cama y tenderme una mano. Allí fuimos uno durante un rato. Un rato muy corto según me dijo ella. Después de eso fuimos uno un par de ratos más largos. Descansamos al final, sus piernas enredadas en mí, su respiración acunándome, mis latidos bajando pulsaciones hasta acompasarse con los suyos. Después de eso no hemos vuelto a ser uno, ni dos, al menos juntos. Al parecer ella vuelve a ser una con otra persona que ya formaba parte de su vida, lo pilló en un desliz y cortó la relación como el que corta una baraja. Como el que corta una baraja y sale el As de corazones. Como el que corta un As de corazones y ese corazón, es el mío.

Me ha llamado mi amigo para tomar un café en su casa, le he dicho que cuando pongan ascensor iré, mientras, les invito yo en la cafetería de debajo de su casa. Le llevaré un par de regalos que llevan rondando semanas por casa.

Escaleras

Galería

Féretro

Tumbado, cómodamente, en primera fila, en primera persona mirando desde el profundo cadalso, viendo mi entierro suplico que cesen los llantos y puñados de tierra caigan sobre mí ya, que la oscuridad selle mis párpados y el peso de la tierra me impida abrirlos, que la profundidad ahogue mis gritos y calme mis silencios, que la paz y quietud me duerma en un dulce letargo.

Tumbado, boca arriba, cargo con mis fantasmas, mis miedos, mis vergüenzas, mis culpas y reproches, mis anhelos y esperanzas, mis fracasos y aciertos, mis Te amo y mis Te odio, mis balas, balazos, heridas mortales y superficiales, mis disparos a dianas equivocadas e impactos recibidos cuando me quité la coraza, mis preguntas sin respuesta y respuestas sin preguntas, todos, todos suplican en un susurro atronador, resurrección.

Tumbado, liviano, con todo el peso encima que extrañamente ha dejado de hundir mis hombros, pienso en mis letras hilando palabras para una mujer sin rostro definido, de laberintos sin salida, de acertijos que pronunció que ni ella sabe contestar, sin voz propia, de tacto olvidado pero de olor que aún me embarga, una mujer que vino para quedarse a la que sobreviví hiriéndome mortalmente, que me enseñó que el camino de vuelta a uno mismo no tiene nombre propio ni apellidos.

Y ruido, ruido de nuevo, el peor invento del hombre.

Y luz, luz de nuevo, atravesando entre mis dedos mientras escarban.

Y aire, aire de nuevo, llenando mis pulmones cansados.

Y batallas, batallas de nuevo, clamadas ferozmente por mi sangre.

E hilos invisibles, hilos de nuevo, esperando coser nuevas conexiones.

Y el féretro vacío, de nuevo, sin mi cadáver hasta que mi alma diga la última palabra.

Estándar

Repartiendo magia

Por un segundo su mirada queda inerte, vacía de cualquier emoción que yo pueda interpretar. Viéndolo perdido en una especie de viaje introspectivo, intento hacerlo regresar a la realidad con una sutil caída del tirante del sostén. Lentamente, me inclino al ritmo de la música y muestro a mi víctima una buena perspectiva del escote que se exhibe, descarado. ¡Bingo! Funciona. Puede sonar a tópico barrio bajero pero para seducir a un hombre hay ciertas fórmulas atemporales que siempre dan resultado: tiran más dos tetas que dos carretas; tiraban en la prehistoria y seguirán tirando hasta la extinción o mutación de nuestra especie.

Mi gesto ha logrado que un brillo de curiosidad y decisión regrese a su mirada, oscura hasta ahora, desconectada del presente. Con la satisfacción de la cazadora que atrapa a su presa, no puedo evitar que mis labios dibujen una breve sonrisa. Sé a qué he venido y no permitiré que sus pensamientos o fantasmas del pasado me impidan satisfacer mi apetito.

Una noche más actúo con la precisión que solo te da la experiencia, con la seguridad del que persigue un objetivo. Como si de una coreografía se tratara, ralentizo los movimientos de mi cuerpo. La música y el baile son grandes aliados. Saco pecho, ondulo el vientre y me acaricio con las manos mientras suspiro con el ansia del que anticipa un buen banquete. Siento su mirada recorriéndome con avidez, como si de una lengua de fuego se tratara. Y ahora el toque de gracia, esa mirada acompañada de un gesto indeciso que me ayude a crear el espejismo de “Isla fácil de conquistar”. Un paraje con encanto pero tan vulgar que una vez visitado es mejor olvidar. El perfil de mujer que me esfuerzo a interpretar para disfrutar del placer del sexo variado y sin complicaciones sentimentales.

Él, no recuerdo ni el nombre porque sé que me ha mentido, me sonríe mientras bebe de su copa. Es de los que observan, analizan y suelen controlar la situación. Hoy, en cambio, voy a ser yo la que lo use. Hasta mañana no se dará cuenta que el mago no es él sino yo y él, el niño que disfruta de la magia porque ni siquiera sabe que hay un truco que buscar.

Le doy la espalda y empiezo a jugar con el broche del sostén, sentándome a horcajadas en la silla. Hoy él es el elegido y no por su físico o atractivo sino por la energía que desprende. Su postura, su mirada, su voz. Un cóctel curioso de vanidad, dominación y drama. Una combinación selecta para las amantes del sabor agridulce.

Cena gratis y buena conversación acompañada de insinuaciones típicas del código “Cómo ligar sin ser un baboso calenturiento”. Postres servidos en caliente en el capó del coche. Juego de lenguas y manos intrépidas que se cuelan bajo la ropa, sin importar justificaciones morales ni excusas de amante despechado. Sólo él, yo y mis ganas de terminar la noche gimiendo de placer en manos de alguien que se ha cruzado en mi camino. Mañana la despedida breve y cortés, pero eso será mañana.

Me levanto acercándome a él con movimientos felinos. Su mirada hambrienta devora mis pechos. Contoneo mi cuerpo y me giro dejando mis glúteos a la altura de su boca. Cierro los ojos y acaricio mi trenza descubriendo mi espalda. A pesar de la breve distancia que nos separa siento sus ansias y su resolución. El cazador cazado. Oigo como apura el vino de su copa y se acerca movido por el instinto primitivo del que busca satisfacer su sed, sin importar si el agua está estancada o contaminada, beberá.

El homo sapiens que tan evolucionado se cree, que tiene pensamientos y emociones. El que se las da de Dios por ser capaz de crear, amar y sentir. El que se cuestiona el sentido de las cosas y el camino del alma. Todo deja de existir para volver a su estado puro, al animal que se aparea por instinto. Siento sus brazos que me rodean y sus dientes arañándome el cuello. Mientras me abandono al éxtasis pienso con sorna que nuestros antepasados follaban como locos en cuevas. Hoy hemos mejorado las cuevas y disponemos de sofás, mesas y camas en las que fornicar persiguiendo el simple placer de disfrutar. O de olvidar.

Colaboración especial de Pluma Oscura.

Estándar

Cristales rotos – @jusdecoeur

El maestro coloca el jarrón de cristal, ya frío, en la estantería y como siempre hace, observa con mirada atenta y afectuosa sus obras. Las repasa, las prueba al tacto suave de sus manos endurecidas. Su frío le resulta cálido, como si todavía estuviera trabajándolo, ninguna figura le parece totalmente terminada hasta que es vendida. […]

https://dekrakensysirenas.wordpress.com/2015/11/12/cristales-rotos-jusdecoeur/

Estándar

Cristales rotos – @Ordinarylives

Las luces de neón, el humo que asciende hasta dejarnos ciegos y los cristales rotos por el suelo. La esperanza se perdió en la última calada, antes de que llegara el desastre en forma de palabras que me rasgan la garganta cada vez que intento pronunciarlas. Con poco aire en los pulmones mientras trataba de […]

https://dekrakensysirenas.wordpress.com/2015/11/12/cristales-rotos-ordinarylives/

Estándar

Armas de seducción – @_vybra

Me gusta observarle, es una de mis debilidades. Reconozco que me gusta deleitarme en ese pequeño placer que me aporta tanta calma. Le observo, incluso cuando no puedo sentirlo cerca. Incluso cuando yo estoy muy lejos. Es de esas personas que llenan todo de esencia, de matices que hacen interesante incluso ser una mera espectadora […]

https://dekrakensysirenas.wordpress.com/2015/11/04/armas-de-seduccion-_vybra/

Estándar

Me dejaste marca – @Marla_Sercob

La vida siempre cumple su amenaza en eso de dejarnos marca. Estamos hechos a base de golpes porque vivir siempre duele más de lo debido. Algunas veces resulta tan letal como esa guerra que no termina nunca. Y entonces, la vida, se convierte en herida y convalecencia constante. Pero ha llegado ese momento en que […]

https://dekrakensysirenas.wordpress.com/2015/10/29/me-dejaste-marca-marla_sercob/

Estándar

Morir más de mil veces.

He calculado que debo haber muerto más de mil veces, algunas más dolorosas que otras, como aquella vez que murió mi abuelo con el que me crié, y se me murió un padre y un abuelo a la vez.

Morir, como cuando creí que los últimos seríamos los primeros y seguimos últimos, cuando tras tantas batallas rendirte hasta parece una posible victoria.

Morir, como aquella vez que creí que seríamos La historia y no llegamos ni a capítulo, y nos vi agonizar…y nos vi morir.

Morir, como cuando vi a mi hermana llorando de impotencia por el daño que me hacían a mí, y no pude llorar yo para evitarle más sufrimiento, teniendo que guardar mis propias lágrimas, las que siguen dentro.

Morir más de mil veces, como aquella vez que me instalé en el rencor porque no me querían como yo quería, como yo la quería. Como aquella vez que mi mano escribió «Cuídate», mientras mi cabeza pensaba «Llámala» y mi corazón gritaba «No lo envíes».

Morir cada día, mientras nuestro tiempo se agota, sin poder pausarlo ni cinco minutos y ver cómo se nos escapa hasta que la muerte, implacable, gane.

Moriré más de mil veces

renaceré más de mil veces.

Estándar